El miércoles 2 de octubre, un chico de 15 años se presentó en el distrito tercero de la ciudad francesa de Marsella, en el barrio de Félix Pyat, para tratar de intimidar a un grupo de los Blacks, una banda de narcotraficantes. Le habían prometido 2.000 euros por disparar en la puerta del domicilio de uno de ellos, prenderle fuego y grabarlo para colgarlo en las redes sociales. No tuvo tiempo de nada. Le acuchillaron 50 veces y luego, cuando todavía estaba vivo, lo quemaron en una papelera. La barbacoa marsellesa, lo llaman. Pocos días después, un chaval de 14 años recibió el encargo de asesinar a uno de esos traficantes para vengar su muerte. Cuando llegó al punto específico, pidió al conductor de Bolt (un servicio de VTC) que lo esperara. Al escuchar su negativa, le disparó en la nuca con una Magnum 357. Nessim Ramdane, vecino de unos de los barrios del norte, futbolista amateur de 36 años que conducía ese taxi para sacar adelante a su familia, murió en el acto.
Los dos crímenes fueron concertados por la misma persona desde la cárcel de Luynes, cerca de Aix-en-Provence. Simplemente hubo que anunciarlo a través de una red social y prometer sumas de dinero que jamás iban a cobrar. El ofertante, de 23 años y condenado por asesinato, aseguró a la policía que era miembro de la DZ Mafia, uno de los dos grupos criminales que se reparten actualmente el control de Marsella. Una declaración que provocó un hecho inédito en la historia del crimen marsellés. Un día después, se publicó en la Red un vídeo grabado en el que una decena de miembros de dicha organización negaban su relación con el crimen y desmentían a la prensa y al fiscal. Como si fueran una banda terrorista. Los jóvenes aparecían con la cara tapada detrás de una mesa con una sábana donde se leía DZ Mafia. “El chico de 14 años asesinado, así como la utilización de un taxi para cometer un crimen no tienen nada que ver con nuestros métodos. Tenemos suficientes hombres, vehículos y medios para actuar si nos vemos obligados. Esperamos que la verdad sea restablecida”, explicaba un hombre con la voz manipulada. Una forma de limpiar su marca. También de mostrar su poder.
Marsella atraviesa otra grave crisis criminal. Tras los 49 muertos por arma de fuego del año 2023, una cifra récord, el contador se sitúa este año, hasta la fecha, en 19 fallecidos. Las autoridades políticas celebran el descenso, aunque el alcalde de la ciudad, el socialista Benoît Payan, haya preferido no responder a este periódico “si el enfoque era para hablar de la criminalidad”, según su portavoz. Pero el análisis es más complejo. Especialmente cuando viene de quienes conocen el territorio, como el policía y líder del sindicato Alianza Nacional, Rudy Manna. “Estamos en un proceso de mexicanización de la vida de Marsella. El niño sicario del otro día fue el primero que respondía a un contrato realizado a través de las redes sociales. Asistimos al horror de la ultraviolencia en directo. Estos jóvenes están desamparados, muchos son menores no acompañados, que se convierten en carne de cañón de las mafias para este tipo de trabajos. Hace 25 años que trabajo en Marsella y nunca había visto esto”, lamenta sentado en una brasserie junto al Puerto Viejo. “La vida para un niño de 14 años, que tiene a los padres en la cárcel [era el caso del sicario de 14 años] y cuya experiencia vital son los videojuegos y las redes sociales, no tiene ningún valor”, insiste.
El fiscal general de la ciudad, Nicolas Bessone, intervino esta semana calificando “de salvajismo sin precedentes” los últimos crímenes. El magistrado, autor del término “narcomicidio” para hablar de los asesinatos en Marsella, cifró en 128 los puntos de droga de la ciudad y habló de una “pérdida total de referentes”. El pasado miércoles una comisaría de Cavaillon, a 60 kilómetros de Marsella, fue incendiada por un grupo de traficantes que habían sufrido un golpe policial días antes en sus puntos de venta de droga. En mitad de la noche, incendiaron tres vehículos que quedaron calcinados y cuyo fuego terminó propagándose dentro de la dependencia policial, que tuvo que ser desalojada por la puerta trasera. “Esto también pasó en Marsella, en el barrio de Félix Pyat hace tres meses. Es una venganza por haber hecho bien nuestro trabajo”, explica un policía que pide anonimato y que trabaja en la BAC Nord, la brigada que interviene en los barrios del norte.
Dos Marsellas
Marsella es una ciudad partida por la mitad: un norte pobre, los llamados quartiers nord, y el sur, relativamente rico. Dos mundos que apenas se mezclan en algunos lugares que ejercen de zona franca social, como el Velódromo, el estadio del Olympique de Marsella, patrón oficioso de la ciudad. La Castellane (el barrio donde nació Zinedine Zidane), La Paternelle, Les Rosiers, La Bricarde… Durante años han sido territorios inexpugnables para la policía o para quien no fuera a comprar droga. Pero en los últimos años, dos bandas rivales libraron una sangrienta guerra que dejó casi un centenar de muertos: la DZ Mafia y Yoda. El resultado fue la desaparición de los segundos y una cierta pacificación de sus viejos cuarteles generales. “Hoy parte de esa violencia y el tráfico de drogas se ha desplazado a la zona de Félix Pyat”, explica Manna.
Marsella, segunda ciudad más poblada de Francia con 850.000 habitantes, tiene 41 barrios en los que la mitad de su población puede considerarse pobre. Francia establece el umbral de la pobreza en unos ingresos mensuales inferiores a 1.216 euros para quien vive solo y 2.554 para núcleos familiares. En los barrios llamados QPV, por las siglas en francés de Barrios de Prioridad de la Ciudad, la media de ingresos no alcanza los 1.000 euros. La mitad de esa población no tiene ninguna diplomatura ni estudio superior. A principios de septiembre de 2021, tras otra ola de asesinatos, el presidente francés, Emmanuel Macron, se instaló tres días en la ciudad. Luego presentó un plan de 1.500 millones de euros para sacar a la ciudad del hoyo. Los efectos todavía son difíciles de percibir en algunos barrios. “Es cada vez más difícil y peligroso para nosotros. Tienen armas de guerra y granadas, y nosotros pequeñas pistolas. Necesitaríamos más poder, tener más margen. Para abrir puertas de domicilios más fácilmente. Si tuviéramos mejores armas nos iría mejor también. Y que la justicia nos acompañe en nuestro trabajo. De lo contrario, es completamente imposible hacerles frente”, insiste este policía al teléfono.
Félix Pyat, junto a la estación de tren de Marsella, es hoy uno de los barrios más deprimidos de Europa. Fue construido en copropiedad entre 1958 y 1961 para alojar a los colonos pieds-noirs (pies negros) que regresaban de Argelia. Durante la década siguiente, llegó una segunda oleada de inmigrantes, principalmente del norte de África y muchos de los viejos propietarios dejaron de pagar los servicios, con la consiguiente degradación del barrio. La mayoría de vecinos ―hoy muchos de ellos de Comoras― están hartos de la situación. Pero no pueden hacer nada. Sébastien Hebray, 39 años, vive en la rue Loubon, la calle que separa la pequeña colina donde los Blacks venden cocaína y el Moulin de Mai, la fábrica abandonada donde fueron asesinadas dos personas recientemente y los DZ Mafia venden heroína. “Sí, mi casa es como Fort Apache. El otro día intentaron entrar mientras dormía mi hijo”, relata Hebray, jardinero municipal, de baja estos tras el incidente sufrido.
Sin miedo a matar
El viernes, a las 11 de la mañana, al menos tres puntos de venta de droga funcionan activamente. Dos adolescentes con pasamontañas negros, gorra y gafas de motocross controlan la entrada de uno de los lugares donde se distribuye droga. Uno de ellos disuade a gritos a los reporteros curiosos. “¿Qué queréis? Largaos de aquí. Andando…”, grita con admirable poder de convicción pese a su corta edad. Nadie quiere ya líos con ellos después de los últimos asesinatos. Momo Benmedoour, educador social y respetado mediador en los barrios del norte, los conoce bien. “El problema actual es la juventud, son adolescentes que no reflexionan y son más fáciles de manipular. Antes había una conciencia del bien y del mal, había unos límites, y el asesinato era traspasarlos todos. Pero estos chicos no tienen miedo de matar. Sobre todo, por la influencia de las redes sociales y la extrema pobreza que modifica incluso la delincuencia”.
La mayoría de estos menores procede de familias monoparentales. Pero la gran novedad, apuntan todos los expertos, es el impacto de las redes sociales en esa consciencia del mal. “Las utilizan para sus crímenes, pero también para comunicarlos y jactarse. Les encantan los vídeos de los carteles mexicanos. Y ya se dedican a las lanchas que traen sustancias desde España. Tienen acceso a un mundo que no era real aquí, pero que ellos transforman en real. Vídeos de decapitaciones, ajustes de cuentas, asesinatos… y pueden comunicarse con quien quieran. Es peligrosísimo”, apunta Benmedoour.
El vídeo publicado esta semana por DZ Mafia ―surgidos en 2010 en la Paternelle― es una muestra de ello. Pero también la edad de los asesinos y de las víctimas, que a veces forman parte de una misma amalgama sin solución de continuidad, como denuncia Karima Meziene, portavoz y abogada del colectivo de víctimas de asesinados en Marsella, sentada delante del Palacio de Justicia, donde pasa media vida desde que mataron a su hermano en 2016. “No usamos términos como ‘víctimas inocentes’ o ‘ajustes de cuentas’, porque querría decir que es un problema suyo que no nos afecta. Así no se ataja ni se entiende. La terminología es lo primero que hay que revisar, entender que muchos de esos chicos les han sido arrebatados a sus padres. Y cuando los padres intentaron hacer algo llegaron los clanes, les pusieron una pistola en la boca y les dijeron: ‘tu hijo nos pertenece’. Son niños obligados a traficar, y que a veces quieren volver a casa y no pueden. Mire, no todo es blanco o negro. Es una situación compleja y nosotros intentamos aportar realidad”, señala.
Karima se parte la cara en los juzgados buscando justicia. Pero cree que Francia debería adaptar su arsenal jurídico a los tiempos actuales. “Todo ocurre en redes sociales como Telegram, que la policía y los jueces tienen mucha dificultad en intervenir. Falta medios también para la policía y los jueces. Hay una gran sensación de impunidad. Acuérdate de lo que pasó con aquel fugado…”. Se refiere al marsellés Mohamed Amra, alias La Mosca, que fue liberado por su banda cuando era trasladado en un furgón penitenciario el pasado 14 de mayo y el vehículo se encontraba en un peaje. Los delincuentes, armados con fusiles de asalto, bloquearon el furgón, y asesinaron a dos agentes penitenciarios. Luego se esfumaron sin dejar rastro. Hoy, La Mosca está en paradero desconocido. También los asesinos del niño de 15 años al que quemaron vivo.